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Hola… El día de hoy daremos un viaje imaginario a Sudáfrica y si nos queda tiempo, regresaremos a nuestra querida América para conocer una linda historia que sucedió el año pasado en la ciudad de Rosario – Argentina.En África nos encontramos en una reserva de elefantes que, por muchos años, cuidó Lawrence Anthony. A esta reserva llegaban elefantes heridos, enfermos, maltrechos… y con mucho amor y paciencia, nuestro querido amigo Lawrence Anthony los cuidaba dándoles toda clase de mimos y cariños, por lo que ellos retribuían su afectuosidad con él.
En la ancianidad, Lawrence se retiró de la reserva a una casita muy bonita que se encontraba a unos treinta kilómetros de este lugar, donde pasó sus últimos días hasta que le sobrevino la muerte… y, en la reserva de los elefantes, algo maravilloso e increíble sucedió ese día: Uno a uno y, por un número de treinta, formaron una fila india dirigiéndose hacia la casa de Lawrence. Reitero, “motu propio”, sin que nadie les dijera nada ni los cuidara los dos días de camino que demoraron en llegar al hogar de Lawrence, sin detenerse, sin beber agua, sin comer absolutamente nada… Ya, en el lugar, dieron vueltas y vueltas alrededor de la casa. Cumplido este ritual se regresaron a la reserva donde vivían.
No tengo mayor comentario a esta historia, que lo mismo que me asombro ante una obra de arte, ante un invento maravilloso del ser humano, ante el heroísmo de alguien que salva a otra u otras personas, de igual manera, al conocer estas noticias, me siento feliz de haber nacido en este planeta.
Volaremos a Rosario – Argentina para conocer la historia de un perrito ovejero que, por años, estuvo en la casa de un Doctor, Abogado él. Muere este, el perrito desaparece y después de haber velado al difunto y ser enterrado en el cementerio de la ciudad, pasado cuatro días, la familia del Doctor recibe una llamada desde el campo santo y le comunican que, sobre la tumba del Abogado había un perro. Inmediatamente, la familia acudió a dicho lugar y se dieron con la sorpresa de que era el perrito del Doctor.
Cabe decir que el Doctor nunca llevó a su perrito al cementerio y, por obvias razones, nunca le enseñaron su tumba. ¿Qué fue lo que pasó?
Para el próximo domingo te doy mi explicación.“El envidioso inventa el rumor, el chismoso lo difunde y el idiota se lo cree”
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
P. Pablo Larrán García, O.S.A.
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