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Hola… Era domingo y la misa comenzaba a las 10.00 en punto de la mañana. A esa hora la iglesia se encontraba colmada de gente, en la que se podía distinguir una gran cantidad de niños acompañados de sus padres. Esta misa se realizaba para los alumnos de 6º grado de primaria, estamos hablando de 12 años de edad y de jóvenes que, a lo largo del tiempo, han recibido en sus vidas una propuesta de valores cristianos.
Cuando el Celebrante finalizó de leer el Evangelio indicó a los presentes que, quienes desearan confesarse, había un Sacerdote en el confesionario que los estaba esperando; reitero, a los que libremente quisieran hacerlo. Se acercaron algunas personas adultas y el grupo de niños fue numeroso. Sin relatar el tema de la confesión, que es secreto y sigilo total; sin embargo, la experiencia vivida la convierto en anécdota y desde ella en reflexión que ustedes, amigas y amigos lectores, podrán sacar sus propias conclusiones.
Quiero recalcar el testimonio de uno de estos jóvenes de 12 años de edad, quien reflexionando en voz alta pensó: He hecho algo muy malo, me puse en la fila de la confesión porque muchos de mis amigos hicieron lo mismo y yo, sin pensarlo, también fui uno más.
Dejemos allí el relato de lo sucedido para ingresar en un tema que, para mí, es fundamental en el proceso educativo de un joven, o mejor dicho en el proceso educativo de un ser humano que, desde que nace, en las primeras etapas de su vida, ha de tener muy claro cuáles son los valores irrenunciables si quiere triunfar en su vida. Uno de esos valores es la “libertad” y esta no puede estar coaccionada por aquello que muchos solemos decir: «Como el otro lo hizo, yo también lo hago».
Me resulta inmensamente reconfortante saber que un niño de 12 años haya aprendido a reaccionar ante un error de la “masa” y defina su posición personal sabiendo que sus decisiones surgen de su alma y no de lo que digan o hagan los demás.
A modo de resumen, nunca nos olvidemos que la grandeza del ser humano no está en el error, sino en el tener fuerza para salir del error y si esto lo aprendemos desde niños, a este joven le auguro una vida feliz.
“El mejor colegio para un niño es una buena madre”.
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
P. Pablo Larrán García, O.S.A.
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