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Hola… Al igual que la semana pasada nuestro buen amigo, el “Filósofo de La Encalada”, sin romper la cuarentena y con todas las precauciones del caso, volvió a acercarse a mi oficina. -Pablo, me dijo, tenemos que llegar al corazón de las personas que están sufriendo. Hay mucho dolor y sobre todo hay muertes que se viven dos veces; una, el dolor de la muerte de quien nos ha dejado y la otra, tal o más dolorosa, que es el pensar cómo salió tu papá o tu mamá o tu hijo de la casa, llevado en una ambulancia sin poder acompañarle y a los dos días recibes una llamada telefónica en la que te indican que ha muerto.
Es por ello, me dijo el “Filósofo de La Encalada”, que nos acerquemos al dolor de aquellos que, al leer estas líneas, puedan estar cruzando este tenebroso río de la separación de un ser querido que, en estos meses de pandemia, haya partido a la eternidad. Me recordó, también, que las palabras pueden llegar a la mente, pero solo el afecto puede llegar al corazón; la mente entiende el dolor, el corazón lo vive. Por eso, la intención de mi amigo no es razonar la muerte de tu ser querido, sino que con mucha ternura curar la herida de tu dolor y juntos, en la medida que nos lo permitas, caminar hacia la única realidad que calmará nuestro dolor: la esperanza en la resurrección y el encuentro final con aquellos que hoy lloramos y en el cielo nos están esperando.
“No te mueras con tus muertos”, la muerte le pertenece a cada persona. Es verdad, como decía mi amigo, que es posible que la mente lo entienda, pero más verdad es saber que el corazón no lo acepta.
Cuando se retiró el “Filósofo de La Encalada”, me quedé pensando en esta frase: “No te mueras con tus muertos”; si Dios te permite seguir viviendo es para honrar con tu vida los maravillosos recuerdos que, de esa persona, llevas en tu corazón. Ellos cruzaron el río, tú y yo nos hemos quedado en esta orilla; por más que alarguemos nuestras manos, no lograremos abrazarlos. Recuerdo la letra de una canción que un cantante dedicaba a su padre muerto: -“Papá, llevo tu sangre en mis venas y sin embargo no te puedo abrazar”. Es verdad, pero aquello que los brazos no pueden hacer, el corazón y la fe sí. Ellos nos están esperando.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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