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Hola… «En aquel jardín había una infinidad de flores, pero una de ellas era una rosa roja que sobresalía considerablemente sobre las demás. La naturaleza la había dotado con la más extraordinaria belleza, por lo que las personas, al pasar por aquel lugar, no podían evitar admirarla y quedaban absortos de su belleza.
Un día sucedió algo inaudito y es que comenzaron a decirle a la rosa roja que su belleza se veía algo oscurecida porque había un sapito a su lado que, según criterio de los que por allí caminaban, la “afeaba un poquito”. La rosa tenía cierto cariño al sapito; sin embargo, se sentía única en belleza, no podía soportar que los demás le dijeran que un sapito la afeaba y decidió hablar con este e indicarle que, por favor, se fuera de su lado. El sapito, para no quererla molestar, le respondió que en ese momento la dejaría sola y que se iría a otro lugar. Así sucedió, el sapito se fue a otro lugar del parque, no muy lejos de la rosa roja, pero con la suficiente distancia para que nadie se metiera con ella.
La rosa, feliz y contenta porque su tallo era perfecto, sus hojas guardaban una simetría con sus pétalos, estos de un color rojo profundo y desprendían un olor envidiable, más que cualquier perfume de alta calidad. Pasados unos días el sapito no pudo estar sin su rosa roja y decidió ir a visitarla. Llegado al lugar donde había estado siempre, se quedó paralizado porque no la veía por ninguna parte. -¡Qué raro, si no me he ido tan lejos y mi rosa roja estaba en este lugar! dijo el sapito. Comenzó a llamarla y como no estaba muy lejos le contestó con voz entrecortada y llorosa: -Estoy aquí. El sapito se encaminó hacia donde salía la voz y se encontró con algo inimaginable y doloroso: Su rosa roja estaba casi marchita, sus ramitas verdes secas, las espinas afiladas y los pétalos habían perdido su vigor que apenas tenían su color. Cuando estuvieron juntos, la rosa le dijo al sapito: -¡Mira cómo he quedado desde que te fuiste!, no sé lo que pasó; este le contestó: -Mi querida rosa roja, cuando yo estaba a tu lado, me comía a aquellos animalitos que querían destrozarte y no podían llegar a hacerte daño, pero cuando me fui, ellos se apoderaron de ti y te han dejado en este estado».
Saltemos al mundo real y por un minuto reflexionemos quiénes son las personas que Dios ha puesto a nuestro lado para defendernos de los que quieren destruirnos. Revisemos nuestro entorno personal y pongamos en claro qué personas y circunstancias de la vida nos favorecen para nuestro crecimiento, al mismo tiempo que seamos conscientes de que aquellos “cantos de sirena” nos pueden alejar de nuestra esencia.
“Cuando el teléfono estaba atado a un cable, los humanos éramos libres”
Gracias por llegar hasta aquí. Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!
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